Las almenas del castillo recortaban el cielo de las montañas de Cervantes, allí en las tierras del Lugo medieval habitaba un noble señor llamado Froyaz, el junto a sus dos únicos hijos Egas y su hermana Aldara. No existía rivalidad entre los hermanos y salían a menudo a pasear a caballo por las tierras de su padre. Un día, a la hora de la comida familiar, la joven no apareció en la mesa, la llamaron por todas las dependencias del castillo sin respuesta, nadie sabía el paradero de la joven doncella. El padre hizo reunir al servicio, a los guardias y a los campesinos que trabajaban próximos a la fortaleza, para recabar información sobre el destino de la joven. Uno de los ballesteros que montaba guardia dijo que había visto a la joven montando a caballo aquella mañana en dirección a la espesa fraga. Rápidamente se desplego un dispositivo de búsqueda que duro varios días sin éxito, la joven se había esfumado en la espesura del bosque sin dar señales de vida.

Pasó mucho tiempo, tanto que casi el recuerdo de Aldara era como una bruma en el pensamiento, tan solo su hermano y su ya anciano padre mantenían el recuerdo de la doncella en sus pensamientos. Un día Esgas, cuando regresaba con un urogallo colgado a la cintura y próximo al lugar donde habían visto a su hermana por última vez, diviso una hermosa cierva, blanca como la nieve. Sorprendido tomo su ballesta y cargo contra el animal. De un flechazo certero la cierva se desplomo en el verde pasto, con una herida de muerte. Con la emoción y la adrenalina de la caza, no había reparado que estaba solo y que no podría llevar hasta el castillo tan estupendo trofeo. Saco entonces su cuchillo y corto una de las patas delanteras del animal, quería enseñar a su padre su destreza con la caza y mostrar la prueba de su captura. Marco bien el lugar en el bosque pensando en regresar con los criados y un carro para llevar el animal blanco a las cocinas de la fortaleza.

Cuando llego junto a su padre, conto alterado como había sucedido su encuentro y como de certero y hábil era con la ballesta, para demostrarlo saco de su bolsa la pata del ciervo. Ambos quedaron aterrorizados ante la visión, en lugar de una pata había ante sus ojos una mano, blanca, delicada y femenina. Pero la sorpresa iba en aumento, pues en uno de los dedos de esa mano lucía un anillo de oro, con la marca de la casa de los Froyaz, era sin lugar a dudas el anillo que llevaba Aldara. Ambos salieron en estampida con sus caballos hasta el lugar donde estaba muerto el animal. Allí estaba, tendida sobre la hierba Aldara, con su vestido blanco, tan joven y bella como en el momento de su desaparición, con una mancha roja en el pecho, señalando la herida mortal infringida por su hermano y sin una mano. Solo la muerte le devolvió su apariencia humana, pero nunca se supo del encantamiento ni el motivo.

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