Cuando el capitán de la flota portuguesa Joao Gonçalves Zarco, avistó por primera vez la isla de Madeira, poco podría imaginar, que este promontorio surgido del fuego y moldeada por los aires atlánticos, se convertiría con los años venideros en un atractivo turístico. Situada a 978 kilómetros al suroeste de Lisboa y a 545 de África, está isla es solo un diminuto punto en el basto océano. La isla principal está formada por un macizo montañoso prácticamente tapizado de verde, que cae abruptamente al mar desde los 1.810 metros de altitud del Pico Ruivo, el más elevado de la isla.
La historia nos habla que su descubridor y toda la tripulación, fueron arrastrados por los furiosos vientos de una tormenta, que los catapultaron con violencia hasta tocar las orillas de Madeira, acontecimiento que sucedía en 1419. Un momento milagroso en la vida de los marineros, pues suponía su salvación. Pisaban una isla boscosa, impenetrable e inaccesible, había que tomar medidas y a los descubridores, no se le ocurrió mejor solución para ganar espacio que prender fuego al parte del insidioso bosque. Del resultado de las primeras quemas nació Funchal. Los portugueses no hicieron esperar su visita a la isla y regresaron en 1420, con intenciones serias de conquista, desde Porto Santo se emprendió un viaje al interior, allí se encontró agua potable, una flora exuberante y extensos bosques, que esta vez decidieron conservar y dar como referencia de la abundancia de árboles el nombre de Madeira al lugar. Con todos estos ingredientes solo faltaba la presencia humana. En sucesivos viajes las carabelas portuguesas transportaron familias enteras, portando además semillas y animales domésticos. Más tarde se fueron incorporando colonos y esclavos para el cultivo de la caña de azúcar, creando bancales y levadas para llevar el agua de un lado a otro de la isla.
A pesar de su remota ubicación, Madeira y Porto Santo, las únicas habitadas, ya aparecen en un mapa genovés de 1351. El lugar es uno de los destinos turísticos más antiguos de Europa, su relativo aislamiento, su belleza y la escasa población atrae ya desde el siglo XIX a escogidos y aristocráticos visitantes. Con el comienzo de los vuelos comerciales en 1964, la isla recibió todo tipo de gentes, convirtiendo estas tierras en un importante y popular destino lúdico, tanto que hoy en día, el turismo se ha convertido en el mayor sustento de su economía.
Funchal, su capital, es una pequeña ciudad con forma de media luna, donde se concentran buena parte de la población de la isla, además de la mayoría de las infraestructuras hoteleras y de ocio, las actividades culturales y los museos. Aquí se encuentran los edificios gubernamentales, las suntuosas mansiones del siglo XVIII, con sus patios sombreados y balcones de hierro forjado. La Sé, su catedral colonial se mantiene casi inalterada desde los primeros días de la colonización, allí a su vera se localiza el museo de arte sacra, albergado en el antiguo palacio episcopal, un edificio que data del año 1600. Su barrio de pescadores o Zona Velha es digno de visita, al igual que el mercado de las flores o el de pescado de Lavradores, donde es fácil contemplar como trocean el atún recién pescado. Recorrer Madeira es relativamente sencillo, la isla esta literalmente taladrada por cientos de túneles, caminos subterráneos que facilita la comunicación entre las partes más alejadas.
No debemos dejar escapar en nuestra visita pueblos como Curral das Freiras, Câmara do Lobos, con sus barcos de pesca pintados de llamativos colores, Monte, con su iglesia de Nossa Senhora do Monte, lugar convertido en un atractivo turístico, pues desde podremos acometer un vertiginoso descenso a bordo de una cesta de mimbre. La bajada del Tobogán do Monte se mantiene desde 1850, atrayendo a miles de visitantes. En la costa septentrional nos aguarda São Vicente y las piscinas naturales de Porto Moniz. También la Punta de Sao Jorge, San Lourenço, las viviendas coloniales de Ponta Delgada o las techumbres de paja de Santana con sus colores chillones. Madeira, un buen lugar con sabor a Portugal en mitad del mar.
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