Las tierras altas de A Limia, albergan la cabecera donde brotan las aguas del rio que tuvo el coraje de paralizar el imperio romano. Las legiones avanzaban con la clara intención de clavar su estandarte de conquista en tierras gallegas, hasta que arribaron a las llanuras de Antela, lugar por donde discurre el rio Limia, nombre que para los romanos evoca turbios pensamientos con Lettish, el rio del olvido. Ellos tenían la creencia de que sus aguas borraban todo atisbo de recuerdo y preparaban para una vida mejor, la temida y poco deseada muerte.
Hoy, a vista de pájaro, lo que en otros tiempos era uno de los mayores humedales de toda la península, se ha convertido en un mosaico de campos de cultivo, una llanura surcada por un rio domesticado. Fue el intento franquista de convertir a Xinzo da Limia, en importante productor nacional de patata y para ello fue necesario eliminar la extensa laguna. En una esquina de esta basta planicie y sobre una modesta colina, se asientan los cimientos del Monasterio de Trandeiras. Como en muchas otras ocasiones, la historia del lugar está unida a iconos religiosos y fue la aparición de la Virgen a un campesino del lugar, la que fomentó la construcción de una iglesia en su honor, para una veintena de años después instalarse en el lugar los franciscanos.
Durante la revolución francesa de 1792, el templo sirvió como refugio de varios religiosos galos, que se negaron a jurar fidelidad a una constitución diferente a sus creencias. Con la Guerra de Independencia de 1809, los franceses también llegaron a estas tierras, si bien su actitud fue bien diferente. En A Limia saquearon y asesinaron a los habitantes de las aldeas. Al llegar al monasterio, no dudaron en continuar con su sangrienta saga y dieron muerte a sacerdotes y monjes, además de expoliar y destruir el templo. Episodios trágicos, que culminaron con un pavoroso incendio en 1813, que arrasa con los dormitorios, claustro y cocina. Fue el comienzo del declive, un progresivo abandono y deterioro que llevo a ser vendido a diferentes particulares, que dispusieron del granito para levantar edificaciones propias o vender la manufacturada piedra al mejor postor. En la actualidad las dependencias del antiguo monasterio permanecen abandonadas, mudos testigos de un glorioso y accidentado pasado. El acceso es libre y el paseo por las entrañas de este antiguo cenobio, nos descubre el claustro, los restos de la cocina, bodegas, graneros y numerosos detalles arquitectónicos, que no harán otra cosa que despertar nuestra admiración por la destreza escultórica.
Formas que nos trasportan al arte “isabelino” e incluso “manuelino”, más propio del cercano Portugal. El claustro, de forma cuadrangular esta rematado por elegantes columnas de capiteles sencillos, con decoraciones vegetales y animales. Más allá, nuestros pasos deambulan por una hermosa arboleda, lugar donde los robles se extienden sus copas hacia el cielo levantan hacia el cielo, quizás evocando antiguas plegarias. Restos de conductos de agua gastados por el tiempo y viejos cobertizos, complementan la visita a los terrenos monacales. Una magnifica y tranquila alternativa estival.
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