La silueta del Castro Dactonio se percibe a leguas de distancia, este promontorio rocoso fractura las monótonas llanuras “da terra cha”, las tierras llanas del interior de la provincia de Lugo. Los romanos plantaron, donde anteriormente habitaba la tribu de los Lemavos, una fortaleza, un asentamiento difícil de invadir y le llamaron Mons Fortis. Una plaza imponente donde los enemigos ya eran controlados kilómetros antes de su llegada. Con la caída del imperio, los suevos y visigodos tomaron el relevo ocupacional, hasta que el lugar fue arrasado por las tropas musulmanas. Muchos años después, los monjes benedictinos se fijaron en esta atalaya para instalar un cenobio y repoblar la zona. La colina de Monforte pasó a ser ocupada por el monasterio de San Vicente, espacio que compartiría con la futura construcción del Catillo. Seria a partir del siglo XII, cuando todas estas tierras pasaron al señorío de los condes de Lemos.
La Revuelta Irmandiña del pueblo contra la nobleza también se extendió por estas tierras y Monforte no pudo esquivar la destrucción de su castillo. A pesar de las adversidades, la villa gozo de prosperidad durante los siglos XVI y XVII. La época moderna trajo a Monforte de Lemos el ferrocarril y en 1883 se inauguraba la línea ferroviaria entre Madrid y A Coruña, lo que convertiría el lugar en un importante nudo ferroviario y con ello un aumento poblacional y el título de ciudad en 1885. El camino de convertirse en una villa representativa y prospera, se truncó años más tarde, cuando este nudo de ferrocarril fue trasladado a Ourense y los talleres a León, momento en que gran parte de la población emigró a otros lugares con más pujanza. De esa etapa evolutiva e industrial, se guarda memoria en el Museo del Ferrocarril de Galicia ubicado en la propia ciudad. Hoy Monforte de Lemos, es la capital de la Ribeira Sacra y parte de su industria se ha orientado al turismo y al entorno vinícola, oficiándose como centro del Vino de A Ribeira Sacra.
De la visita a Monforte no podemos dejar de admirar el edificio del colegio del Cardenal, o los Escolapios, también conocido como el Escorial Gallego. Esta imponente construcción de granito traído de las canteras de Sober y de estilo herreriano, fue larga en su concepción y fueron necesarios más de tres siglos para completar el monumental edificio. En el interior destaca la sólida escalera, donde cada peldaño esta trazado desde una única pieza de granito. La obra nacida como un reto entre arquitectos, obedece al estilo “monta caballo”, sin ningún pilar que la sustente al suelo y donde solo la paredes y la combinación de fuerzas sostienen la estructura. Desde el patio de la escalera accedemos al claustro, de estilo neoclásico y formas cuadradas y donde se asientan los escudos de los Condes de Lemos, el cardenal Rodrigo de Castro, Escuelas Pías y la Casa de Alba. La iglesia del complejo, con una cúpula de más de veinte metros de altura, se inspira en el templo del Gesú de Roma y fue finalizada en 1619, año de su consagración. El templo sufrió considerables daños en la cúpula y lucernario tras el terremoto de Lisboa de 1755, grietas que todavía son visibles a día de hoy. Tras el altar se encuentra uno de los tesoros del templo, un maravilloso y espectacular retablo de madera de nogal dedicado a la Virgen María, obra de Francisco Moure.
Para finalizar con el recorrido al edificio, visitamos la Pinacoteca de los Escolapios, donde se conservan obras de importante valor, entre ellas dos oleos de el Greco, manuscritos, elementos religiosos o una copia de cuadro “La Adoración de los Reyes” de Hugo van der Goes, cuyo original fue vendido para sufragar las obras del monasterio, al museo Staatliche de Berlín.
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