El Monte Louro y Castro Baroña, en la localidad de Porto do Son, enmarcan en cada una de las orillas, la ría que baña las localidades de Noia y Muros. Un mar agreste que se va dulcificando hasta casi convertirse en marisma al final de su recorrido. Muros, al contrario que Noia, goza de un mar más abierto y salvaje y esta es una de las ventajas de la localidad, que la convierten en un puerto pesquero de referencia y famosa por la buena mesa de sus pescados y mariscos. Nada más arribar a la villa, sorprenden sus casas con soportales. Alineadas, contemplan el paseo marítimo, mientras a sus espaldas ocultan un entramado de estrechas callejuelas, unas ruas que atesoran un pueblo marinero con solera. La llamada “Pescadería Vella” sostiene el ritmo actual del pueblo y negocios, restaurantes, tabernas de aire típico y galerías conectan el Muros medieval con los tiempos actuales.

Camino de la costa hacia el norte se encuentra el Monte Louro, que se muestra como un centinela pétreo, frenando los ímpetus de un Océano Atlántico. El monte controla el pasadizo que da lugar a la ría de Noia y Muros. Esta atalaya de modesta altitud, pues no sobrepasa los doscientos cincuenta metros sobre el nivel del mar, parece emerger directamente de las profundidades marinas, como un centinela rocoso e impertérrito. Como en otros lugares gallegos, aquí las leyendas hablan de míticas ciudades sumergidas por los avatares de algún maléfico encantamiento. Asentamientos primitivos tragados para siempre en la laguna que se asienta a los pies del monte.

El lugar soporta su propia historia y va ligada a las invasiones piratas, que ya utilizaban esta lengua de tierra para organizar y emprender sus ataques a las villas de la ría de Noia y Muros. A consecuencia de estas intrusiones y para evitar los reiterados ataques, se levantó en 1520 y por orden del arzobispo Alonso Fonseca III, un castillo que serviría para avisar a la población de la presencia de estos forajidos marítimos. Años más tarde una pequeña capilla hacia compañía en la cumbre del monte al solitario castillo. Hoy sólo quedan ruinas y piedras esparcidas que hablan de esos episodios históricos. La visita al lugar, tal vez nos haga sentir como los piratas, o quizás como los vigilantes del monte. En cualquier caso este es un lugar tranquilo y de una belleza casi salvaje.

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