Esta montaña, situada en la provincia de Lugo, marca el límite de los municipios de Puebla de Brollón, Folgoso do Caurel, Incio y Samos. La peña, situada a más de mil doscientos metros de altitud, es un espectacular mirador, donde la vista se diluye entre un océano de montañas. En su cumbre se alimenta una leyenda de siglos, donde los cuatro caballeros de los ayuntamientos mencionados hacían reunión para tratar temas fundamentales de la época. Una tradición que se ha mantenido en los años y que aparece reflejada cada mes de julio, donde los alcaldes de los cuatro concellos, cuyas lindes tocan esta peña, se reúnen en el lugar como simbolismo y homenaje a los señores medievales, si bien los temas a tratar se supone, distan de los serios tratados de antaño.
Si queremos alcanzar la cumbre de este monte, de una forma antigua, debemos poner pie a tierra y caminar. Utilizamos como punto de partida la aldea de A Casela, perteneciente a la parroquia de San Xosé de Santalla del Ayuntamiento de Samos. La ruta parte por una pista que encontraremos a nuestra derecha poco antes de entrar en los límites de esta pequeña población de montaña de apenas media docena de construcciones. No sin esfuerzo y tras un buen trecho caminando llegaremos a los 1306 metros de altitud del Pico Legúa, que nos aporta nuevas perspectivas de toda esta zona montañosa. Estamos en el lugar más elevado del monte, pero este no es el escenario que contemplaban los caballeros cuando hasta aquí llegaban para discutir sus asuntos, para ello buscaron un emplazamiento más espectacular. Para alcanzar ese mítico lugar debemos descender poco más de medio kilómetro, para finalmente alcanzar la atalaya, donde una circular mesa de piedra y sus bancos, señalan el punto exacto de las antiguas reuniones
Para cumplimentar la visita a tan mágico lugar podremos todavía visitar las antiguas minas de Veneira, siguiendo para ello la ruta PR-G- 242, que enlaza varios puntos y que en este caso nos sirve para llegar hasta la aldea minera A Veneira de Roques (989 m), poblado construido para dar cobijo a los trabajadores que explotaban los yacimientos. Históricamente se especula la época romana como comienzo de la explotación del lugar, pero remitiéndonos a la documentación más antigua que se conserva, sitúan los trabajos mineros en el siglo XVIII cuando los terrenos eran propiedad de los influyentes y adinerados, condes de Lemos. Fue en la década de 1830, cuando la mina gozo de mayor actividad, llegando a emplear hasta treinta mineros, entre las que se encontraban también mujeres. Si bien parte del trabajo se efectuaba a cielo abierto, también se practicó la minería subterránea, llegando a excavar la mayoría del subsuelo donde se asienta la aldea. Hoy las galerías se han cerrado con el tiempo, pero todavía podremos ver la boca de entrada de A Cortiña, donde una verja oculta un entramado de galerías y pozos que alcanzaban los subsuelos de la aldea. Antes de regresar a nuestro punto inicial, merece la pena perderse en este abandonado lugar, donde la arquitectura quedo detenida, olvidada de los tiempos modernos, mostrando un verdadero mosaico antiguo de etnografía gallega.
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