A este paso va a ser más fácil acertar la primitiva que pronosticar cuando volveremos a viajar de forma libre, sin controles, sin ataduras, sin cierres perimetrales y sin virus. Habrá que tener paciencia hasta el ansiado momento, mientras, pues a tirar de memoria, avivar los recuerdos y hacer actuales las vivencias de anteriores aventuras.
Una de las buenas alternativas, para cuando se pueda claro está, es la visita a Riaño, el pueblo sumergido. Bueno, el pueblo antiguo yace bajo las aguas del pantano, el nuevo poblado mira directamente a los montes de Mampodre y a uno de los picos más atractivos de la Cordillera Cantábrica. El pico Gilbo tiene ciertos rasgos con el Cervino o Matterhorn, la mítica montaña asentada de los Alpes y donde tantas hazañas gestaron la historia del alpinismo. La montaña había permanecido en un aislamiento relativo, sus enormes rampas imponían, hasta que en 1865 unos intrépidos montañeros consiguieron llegar a su cima. Una alegría breve, ya que la expedición guiada por Edwar Whymper termino trágicamente y la conquista pago un alto precio. Pero esa es una historia de montaña.
El pico Gilbo, es nuestro Cervino y su silueta reflejada en las mansas aguas del pantano, evoca esos paisajes lejanos de alta montaña. Llegar a su cumbre no es difícil, pero tampoco fácil y algún esfuerzo nos va a costar. Hay que estar atentos a los últimos metros antes de la cumbre, donde tendremos que apretar las rodillas y tocar las rocas con las manos para guardar el equilibrio. Merece la pena la recompensa de la cumbre, siempre merece el esfuerzo. Desde los 1.679 metros de altitud, las panorámicas son excepcionales y a buen seguro curan todos los males del ascenso. El Pico Gilbo, es un balcón, una atalaya privilegiada en todas direcciones, una cumbre puntiaguda de la que cuesta desprenderse.
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