La pista del Marroquí es un desafió en toda regla, un trazado audaz construido por los hombres en un afán de una necesaria conquista, un viaje hacia el futuro. Situada en el extremo más occidental del Macizo Central Ourensano, esta senda acompaña a los largos e interminables túneles que marcan el sinuoso curso del ferrocarril. Un único camino viable que permite unir la comunidad gallega con la meseta a través de las entrañas de los montes de Correchouso y la Sierra Pequena.
La Pista del Marroquí, de curioso nombre para una senda en estas latitudes, fue bautizada en honor al ingeniero que dirigía las obras del ferrocarril en su fase inicial, El Marroquí, fallecido en un trágico accidente en estas tierras ourensanas. Los trabajos de construcción de la vía férrea se dilataron en el tiempo y los cinco años previstos para su conclusión se alargaron hasta la friolera de la treintena de años. Largos y accidentados años, periodos de penurias atravesados por la guerra civil española.
La construcción de la pista también resulto una empresa difícil en tiempo y muchas vidas humanas pagaron un alto precio. Lo que en un principio iba a ser una ruta para extraer los materiales sobrantes de las perforaciones, terminó por ser el camino de evacuación de las muchas víctimas de la faraónica construcción. Hoy todo ha terminado, ya no hay trajín, bullicio ni heridos, los más viejos del lugar recuerdan vagamente las huellas de esa historia de sacrificios y desgracias. El sinuoso trazado de la Pista del Marroquí hoy sirve para adentrase en el sosiego de un cómodo paseo a un mundo de silencio, tan solo perturbado, muy de cuando en vez, por el traqueteo del tren.
La senda hay que buscarla en las inmediaciones de un pueblo de curioso nombre para una aldea gallega, Toro. Desde este lugar la pista desciende buscando la horizontalidad del trazado férreo, pues en todo momento acompaña por el exterior de los túneles y a media ladera las ocultas vías del tren. La pista avanza literalmente colgada en el vacío y sin apenas desnivel hasta cruzarnos con alguna boca que da acceso a los largos túneles, es como si las oscuras y frías galerías necesitasen claridad y algo de aire puro.
Como contrapunto al oscuro mundo, el aéreo camino nos lleva a través de un paisaje soberbio, donde el rio Correchouso se ha empleado a fondo para crear un hermoso valle, un terreno frondoso donde crecen los castaños. Casi al final de la pista ya son visibles los tejados y las casas de Correchouso, es en esta pequeña aldea donde concluye el tramo más espectacular de la Pista del Marroquí, una ruta marcada por los esfuerzos humanos por abrirse a nuevos mundos, por comunicarse.
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