Hacer referencia a las puertas del infierno no es nuevo y es una descripción muy socorrida en diferentes lugares de la geografía gallega, cuando existe una cascada o pozo de agua con un acceso difícil o complicado. Era muy común en las aldeas amedrentar a los niños, aludiendo a un determinado lugar donde acechaba el demonio y con ello evitar el acercamiento de las criaturas a un paraje peligroso del rio. En la localidad pontevedresa de A Cañiza brotan las primeras aguas del rio Ribadil, para desde allí, descender vertiginosamente hacia las tierras de Crecente, cumpliendo de esta forma con su instinto de unirse al rio Miño. Son tierras ribereñas y fronterizas, por aquí pasaba un antiguo camino que desde Portugal se dirigía a Santiago de Compostela.

En la visita a Crecente, no podemos dejar de admirar la Torre de Fornelos, un bastión medieval de diecinueve metros de altura, hoy en ruinas y en importante estado de abandono, pero fundamental en las historias bélicas del lugar. La torre se levantó en el siglo XI, aprovechando las ruinas de un antiguo convento y en el año 1158 aparece la primera referencia escrita sobre este bastión defensivo. Las disputas fronterizas entre España y Portugal mellaron las duras piedras de la torre, pero no consiguieron mermar su silueta. Fue la revuelta Irmandiña la que terminó por destruir el pequeño castillo. Pedro Madruga, años después reconstruyó la torre para mantener a raya a sus enemigos, especialmente el obispo de la vecina Tui, Diego de Muros, con el que mantuvo duras contiendas por mantener este su alianza con los Reyes Católicos, enemigos declarados del Pedro Madruga. Cabe destacar el asedio por parte las tropas del obispo, con 400 hombres, en una batalla que creía ganada, al contar Pedro Madruga con tan solo 15 hombres para defender la fortaleza, pocos en número pero contaban con nuevas armas importadas de Italia. La batalla fue sangrienta, el asedio no se pudo consumar y el obispo fue finalmente apresado.

Regresemos al presente y al rio. El Ribadil se desliza por terrenos eminentemente rurales, con importantes elementos etnográficos y donde el bosque autóctono arropa un cauce nervioso e intenso. Un buen ejemplo lo tenemos en la aldea de Vilar, donde el rio se desliza encajado, con estrechamientos que dan forma a bonitas pozas para el baño y a la mencionada cascada de Pozo do Inferno. La belleza del lugar fue aprovechada para acondicionar un mirador sobre el espectacular salto de agua y de esta forma potenciar su visita. En torno a la cascada se encuentra un sencillo puente de un solo arco, que desde muchos lustros permite a los lugareños viajar sobre el cauce del rio, también las ruinas de una modesta instalación hidráulica que aprovechaba las aguas del Ribadil para suministrar electricidad en la primera mitad del siglo XX, además de los ya típicos molinos de harina, que en Galicia pueblan muchas de las orillas de los ríos.

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