Hola, permitidme que me presente. Soy un Land Rover, si, un coche. Si pesabais que los coches no tenemos vida mas allá de la chapa, las tuercas y los palieres, estabais muy equivocados. Tenemos sentimientos, unos más que otros, también es verdad. Soy un Land Rover Ingles de pura cepa, blanco. Bueno ahora, después de catorce años mi pintura ya no esta tan impoluta como el primer día, pero mi chapa de aluminio se mantiene libre de oxido. Con cicatrices, las lógicas del tiempo y de la aventura de todos estos años, pero me conservo bien. Porque si algo tengo que agradecer en mi vida de coche, es que el dueño que me ha tocado me ha tratado bien, con cariño. Es aventurero, como yo y me ha sacado a muchísimos lugares. Mi suerte me ha llevado a ver mundo, muchos escenarios diferentes y maravillosos, difíciles de describir con palabras. No soy como esos todo terrenos que nunca, por mucho que lo deseen, jamás los han llevado al monte y menos a ver mundo. No soy un pijo de ciudad, soy un Land Rover de campo y eso me orgullece.

Mi dueño me ha dado caña y eso tengo que reconocer que me ha gustado, ha sabido mantenerme vivo, útil y aunque le he dado algún que otro problemilla, lógico por otra parte, siempre me ha tratado bien y estoy convencido que me admira. Pero hoy estoy triste, no lo puedo evitar y es que otro de mi especie, más joven y de un color azul más bonito me ha venido a sustituir. Supongo que así es la vida, pero un poco de envidia sí que le tengo. Me hace sentir arrinconado, viejo e inútil, aquí parado, viendo los días pasar, sin alicientes ya, sin aventuras. Demasiado tiempo para pensar, para recordar momentos felices, cuando era joven y parecía que las distancias y los obstáculos no existían.

Podría contar un montón de aventuras -tal vez lo haga algún día-, en la nieve, en el barro, noches de acampada, de risas, de reuniones al fuego, de frías noches de invierno en las cuales todo mi armazón soñaba con el amanecer y el calor del sol. Me encantaba esa vida y la echo de menos. Añoro esos momentos en los que me sentía vivo. Pero lo que más echo de menos es a mi dueño, deseo que regrese a los mandos, que me encienda y de nuevo confíe en mí para emprender nuevas aventuras. Eso me gustaría mucho, verle feliz de nuevo conmigo. Mientras, esperare, soñando con la nieve, con las acampadas, con la vida, los tiempos felices y por qué no, con un nuevo cambio de aceite.

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